Hace tiempo que nuestrxs[1] políticxs hablan públicamente de poner en valor la salud mental. Hacen hincapié en que no debe ser un tabú pedir ayuda profesional si estamos tristes o sentimos angustia, que debemos tratárnoslo sin sentir ningún estigma porque la psicoterapia es algo reparador y positivo.

Todos esos mensajes son estupendos, dan una imagen de sociedad concienciada con las dolencias emocionales que vivimos cotidianamente. El problema es que, más allá del marketing realizado con este asunto, no parece que haya un análisis profundo y real de cómo revertir lo que a tantas personas les destroza la vida.

Mucho se habla ahora de hacer una mayor inversión económica en esta área de la salud pública para solucionar el problema. Pero ¿acaso esto no es algo obvio? ¿tanto hemos normalizado la precariedad como para considerar esta medida excepcional y maravillosa? Dotar de recursos psicológicos a la población para que se puedan desarrollar dignamente es, sencillamente, imprescindible. Descubrir esto a estas alturas del partido es desolador, como si no supieran desde hace años las goteras terribles que siempre ha tenido el sistema público de salud mental. Quienes menos recursos económicos tienen saben de sobra acerca de esta bochornosa situación.

Sin embargo, por mucho que queramos invertir económicamente en salud mental, la realidad apunta a que es una medida insuficiente que esquiva los verdaderos motivos generadores de sufrimiento psíquico. ¿O es que creemos que las personas con un alto poder adquisitivo están exentas de sufrir graves trastornos de salud mental? Recordando el reciente suicidio de una famosa actriz española podemos comprobar que tampoco el éxito económico garantiza evitar el padecimiento de enormes sufrimientos emocionales.

Por eso, además de valorar positivamente las medidas que amplían la inversión económica en el maltrecho sistema público de salud mental, sería deseable analizar otros aspectos como:

  • ¿Cómo tener una buena autoestima con la absoluta falta de educación emocional que recibimos a lo largo de nuestra vida?
  • ¿Qué impacto tiene en nuestro psiquismo considerar “valiosas” nuestras vidas únicamente si son productivas en términos económicos/estatus socioeconómico?
  • ¿por qué habitualmente se rehúye de los estados emocionales como el enfado o la tristeza en vez de entenderlos como una parte intrínseca a la vida?
  • ¿Cómo es posible que nos hayamos habituado a querer tener siempre el césped más verde que del vecino, con la consiguiente amargura que eso conlleva?
  • ¿Cuánto de nuestros sufrimientos tienen que ver con adiestrar nuestros deseos, nuestros cuerpos o nuestros pensamientos para encajar en lo que es “normal”?

Es pertinente acudir a terapia para paliar los males psicológicos de vivir en las sociedades que habitamos, pero seguramente sea más necesario -y genere mejores y más profundo efectos- hacernos preguntas que interroguen acerca de cómo hemos llegado a tal nivel de deterioro de salud mental en sociedades supuestamente avanzadas.

Para ello, quizá sería interesante dejar de normalizar valores como:

  • la “obligatoriedad de ser felices permanentemente” que nos es impuesta.
  • el “ocultamiento de nuestros temores y angustias” para soterrar lo que no vende socialmente.
  • la “domesticación de nuestros deseos” para hacerlos más encajables a la norma.
  • “la cultura de la imagen filtrada y retocada” como el reflejo de no aceptar quienes somos, lo que promueve una grave sensación de inadecuación hacia nosotrxs mismxs.

Mientras no hagamos una reflexión profunda acerca de la forma que tenemos de relacionarnos como sujetos, así como poner en cuestionamiento algunos de los valores fundamentales de nuestra sociedad, es imposible salir de la alienación y el sufrimiento en el que estamos inmersxs. El problema es que, al ser el pan nuestro de cada día, lo percibimos como lo natural, lo normal, la única opción.

O salimos del armario como sociedad para hablar de las dolencias emocionales que generan las estructuras socioeconómicas y políticas en la que vivimos, o la inversión económica en salud mental será nuevamente una medida parche que no cortará ni mucho menos la hemorragia que sufren las sociedades occidentales con respecto al cuidado de la salud mental.

[1] Para utilizar un lenguaje inclusivo, he elegido usar indistintamente la X con el fin de representar la diversidad genérica y al mismo tiempo facilitar la comprensión lectora.

Ismael Cerón Plaza

Psicólogo y psicoterapeuta.

Cofundador de AILE Psicoterapia

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